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Columnistas

Sin justicia, cero futuro

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Por Rubén Darío Ceballos

Nuestra justicia no va nada bien. No afirmo ello porque sí o por simple pretensión, sino por cuanto existen respuestas de orden teórico y práctico. Teórico por parte de reconocidos investigadores y tratadistas que así lo sostienen y soportan en estudios que les permiten tal aserto, al tiempo de indicar que un Estado de derecho efectivo reduce la corrupción, combate la pobreza y la enfermedad, y protege a la gente de las injusticias, siendo fundamento para comunidades de paz, oportunidad y equidad, que, de no darse, impide las reales posibilidades de un integral desarrollo.

Desde el punto de vista práctico, porque vemos cada día el grave momento en que se encuentran las instituciones judiciales del país. De ahí que bien podemos decir que la actividad criminal e ilegal, y para un verdadero Estado de Derecho, una amenaza real, pero siempre latente.

Un Estado de derecho es aquel Estado democrático en el que los poderes públicos íntegramente se someten a las leyes y reconocen las garantías constitucionales; así como un sistema en el cual prevalecen principios universales tales como: Todas las entidades e individuos, públicos y privados, rinden cuentas frente a la ley.

Las leyes son claras, estables, se aplican parejas y protegen derechos fundamentales. El proceso de creación, administración y aplicación de la ley es asequible, justo y eficiente. La justicia es otorgada de forma pronta por funcionarios representativos de la sociedad, éticos e independientes, y que cuentan con los recursos suficientes para hacerlo. Cuando lo cual no se da y la realidad es otra, vale decir, aquella donde impera una justicia utilizada para simular y esconder realidades, las esperanzas para construir un mejor país no existen.

No perdamos de vista que el Estado de derecho cuenta con dos grandes componentes: el Estado como forma de organización política, y el derecho como aquel conjunto de disposiciones que norman una sociedad, que fue surgiendo poco a poco en oposición al absolutismo, aquella forma de gobierno en la cual el poder residía en un monarca situado por encima de todos los súbditos y en cuyas manos se juntaban las facultades de administrar, legislar e impartir justicia.

Estar en los caminos ciertos y correctos del Estado de Derecho, obliga, como afirman estudiosos de la temática, refundar la justicia propiamente dicha, hasta convertirla en verdadero instrumento de representación social, garantizar la calidad y objetividad de su labor y función investigadora y separarla de todo sesgo político o corrupto. Se requieren de acciones concretas y correctas para contrarrestar plenamente cualquier atisbo de acciones tanto perniciosas como perversas.

El camino es largo, dispendioso, demanda esfuerzos ingentes. Pero si queremos una justicia pronta, eficiente y eficaz, no queda más remedio que empezar más pronto que después. Acogernos a la sentencia aquella que si el camino es largo debemos empezarlo ya. Así es como debe ser. No hay más salida. Es una ruta larga y de mucho esfuerzo, pero así es como debe ser, y es tarea que las generaciones presentes y futuras tienen que comprometerse so pena de seguir sucumbiendo.

 

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